martes, 7 de octubre de 2014



Soy una persona impulsiva que no calla lo que siente. Desde pequeña he gritado lo que mi espíritu piensa; de joven, lo he practicado con más ahínco y ahora, de adulta, me pregunto ¿es positivo o negativo?
Observo que las personas se sobresaltan, sorprenden y algunas se apartan.  ¿Cuál es la manera correcta?
Algunos callan lo que sienten, son presas de un control deliberado que origina, según mi criterio, la sociedad, el tiempo, las compañías, el estudio y/o la familia.
Algunos otros van y dicen las cosas en demasía, son presas del poco decoro y del Big Bang que viven en el momento.
¿Quién sufre más? ¿Aquel que guarda lo que siente o aquel que lo grita a los cuatro vientos?
El orgullo corrompe el alma buena, la hace presa de una ceguera en donde el ego, la ira y el rencor arman un festín. Aquí pues, me pregunto ¿vale la pena?
La impulsividad lleva al alma buena a confundirse y a pensar en que soluciona su problema inmediato, pero termina acelerando un proceso del cual desconoce su respuesta. Aquí pues, me pregunto ¿vale la pena?
¿Y qué ocurre cuando se unen ambas formas? Me parece que suelen llamarlo madurez. ¿Realmente lo es? ¿Alguien está regido, sinceramente, bajo esta norma? ¿Qué es lo que establece el momento preciso para callar o el momento para sincerarse? Acaso será ¿la persona en cuestión? ¿El momento? ¿el lugar? ¿Y qué hay de la otra persona que es presa del silencio colateral o de las palabras que debe escuchar? ¿Cómo se interpreta que es el momento correcto para el interlocutor del silencio o de las palabras? Si lo único que en realidad se hace es suponer que se ejerce aquello de hacer “lo correcto”.
Lo dije antes, soy una persona impulsiva que no calla lo que siente. A quien el orgullo le va y le viene. A quien no calla porque ya le ocurrió que una vez por no hablar, esa persona no estuvo más para escucharme.
¿Acaso está mal odiar, acaso está mal amar? Yo te amo, yo te odio, me duele lo que me has dicho, me enorgullece verte en donde estás, me enardecen tus palabras…etc.
Lo dije antes, soy impulsiva, no callo y no me detengo, no ahora que soy joven y aún puedo equivocarme.
¿Cambiaré? En efecto y lamentablemente, a corto plazo, probablemente porque en esta sociedad lo que prima es la etiqueta, lo que conocemos como respeto, lo que denominan como ética, pero sobre todo por el compromiso de no dañar y no ofender con la verdad. O bien, con el objetivo de no terminar con mi propio orgullo herido y maltrecho.
¿Si soy madura? ¿Si ya crecí? Sí y no. Digamos que sé, en qué momento, quiero ser adulta como los demás esperan y sé, en qué momento, quiero ser adulta como yo quiero.  
Y sí, muchas veces soy presa del orgullo, pero cuando reacciono, lo miro y le doy un golpe con un grito desesperado que se lleva en él mis secretos al viento. A veces me enorgullezco, otras me arrepiento… pero no me quedo sin hacer nada. No me quedo de brazos cruzados. Voy creciendo a cada paso pequeño… voy estructurando mi forma. Nunca lo dejo de hacer.
Si una persona te quiere, omite a su orgullo y te busca para arreglar las cosas, puede ser como también puede callar todo lo que siente por callar lo que siente o porque simplemente, no tiene nada que decir o por mil razones más. Entonces ¿quién es transparente y de confianza? ¿Quién es la bomba de tiempo? ¿Aquel impulsivo o aquel que con su silencio calla su propio próximo movimiento?
No lo sé… ¿tú lo sabes? 

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