martes, 7 de octubre de 2014

lento, pero seguro.

Al contacto del amor todo el mundo se vuelve poeta.
—  By: Platón.

Aristóteles



Soy una persona impulsiva que no calla lo que siente. Desde pequeña he gritado lo que mi espíritu piensa; de joven, lo he practicado con más ahínco y ahora, de adulta, me pregunto ¿es positivo o negativo?
Observo que las personas se sobresaltan, sorprenden y algunas se apartan.  ¿Cuál es la manera correcta?
Algunos callan lo que sienten, son presas de un control deliberado que origina, según mi criterio, la sociedad, el tiempo, las compañías, el estudio y/o la familia.
Algunos otros van y dicen las cosas en demasía, son presas del poco decoro y del Big Bang que viven en el momento.
¿Quién sufre más? ¿Aquel que guarda lo que siente o aquel que lo grita a los cuatro vientos?
El orgullo corrompe el alma buena, la hace presa de una ceguera en donde el ego, la ira y el rencor arman un festín. Aquí pues, me pregunto ¿vale la pena?
La impulsividad lleva al alma buena a confundirse y a pensar en que soluciona su problema inmediato, pero termina acelerando un proceso del cual desconoce su respuesta. Aquí pues, me pregunto ¿vale la pena?
¿Y qué ocurre cuando se unen ambas formas? Me parece que suelen llamarlo madurez. ¿Realmente lo es? ¿Alguien está regido, sinceramente, bajo esta norma? ¿Qué es lo que establece el momento preciso para callar o el momento para sincerarse? Acaso será ¿la persona en cuestión? ¿El momento? ¿el lugar? ¿Y qué hay de la otra persona que es presa del silencio colateral o de las palabras que debe escuchar? ¿Cómo se interpreta que es el momento correcto para el interlocutor del silencio o de las palabras? Si lo único que en realidad se hace es suponer que se ejerce aquello de hacer “lo correcto”.
Lo dije antes, soy una persona impulsiva que no calla lo que siente. A quien el orgullo le va y le viene. A quien no calla porque ya le ocurrió que una vez por no hablar, esa persona no estuvo más para escucharme.
¿Acaso está mal odiar, acaso está mal amar? Yo te amo, yo te odio, me duele lo que me has dicho, me enorgullece verte en donde estás, me enardecen tus palabras…etc.
Lo dije antes, soy impulsiva, no callo y no me detengo, no ahora que soy joven y aún puedo equivocarme.
¿Cambiaré? En efecto y lamentablemente, a corto plazo, probablemente porque en esta sociedad lo que prima es la etiqueta, lo que conocemos como respeto, lo que denominan como ética, pero sobre todo por el compromiso de no dañar y no ofender con la verdad. O bien, con el objetivo de no terminar con mi propio orgullo herido y maltrecho.
¿Si soy madura? ¿Si ya crecí? Sí y no. Digamos que sé, en qué momento, quiero ser adulta como los demás esperan y sé, en qué momento, quiero ser adulta como yo quiero.  
Y sí, muchas veces soy presa del orgullo, pero cuando reacciono, lo miro y le doy un golpe con un grito desesperado que se lleva en él mis secretos al viento. A veces me enorgullezco, otras me arrepiento… pero no me quedo sin hacer nada. No me quedo de brazos cruzados. Voy creciendo a cada paso pequeño… voy estructurando mi forma. Nunca lo dejo de hacer.
Si una persona te quiere, omite a su orgullo y te busca para arreglar las cosas, puede ser como también puede callar todo lo que siente por callar lo que siente o porque simplemente, no tiene nada que decir o por mil razones más. Entonces ¿quién es transparente y de confianza? ¿Quién es la bomba de tiempo? ¿Aquel impulsivo o aquel que con su silencio calla su propio próximo movimiento?
No lo sé… ¿tú lo sabes? 
El que dice una mentira no sabe qué tarea ha asumido, porque estará obligado a inventar veinte más para sostener la certeza de esta primera.
—  Alexander Pope
Seguimos enamorándonos
como si nunca
nos hubiesen roto
el corazón.
Seguimos amando
como si nunca
hubiese dolido amar.
Seguimos confiando
como si nunca
nos hubiesen traicionado.
Seguimos sonriendo
como si nunca 
hubiésemos llorado 
hasta quedarnos dormidos.
Seguimos recordando
porque es una forma
de vivir
y
no morir jamás.
Seguimos soñando
por eso de que,
a veces,
es la única manera 
de tener a alguien 
que nos provoca insomnio.
Seguimos creyendo
en promesas,
a pesar de que
siempre las han roto.
Nunca supimos diferenciar
entre las personas que prometen
y las que cumplen lo que no están prometiendo.
Seguimos teniéndole 
miedo a las despedidas 
y a las alturas, 
termina siendo lo mismo: 
caemos al mismo abismo.
Lo que amamos 
versus 
lo que es correcto, 
el gran dilema de una vida. 
Pero,
al final 
terminamos siguiendo al corazón
y no a la razón.
Y seguimos riendo 
como si la vida 
no nos hubiese quitado 
las ganas de hacerlo.
—  Benjamín Griss
La filosofía no sirve para salir de dudas sino para entrar en ellas.
—  Fernando Savater
Usted puede ser tan pesimista, o en su defecto, tan existencialista como quiera. Sin embargo también se ha enamorado. Como cualquier idiota.
—  Emil Michel Cioran 
Las palabras bonitas no siempre son verdad, y las verdades no siempre son palabras bonitas..